Las claves del caos en Sri Lanka
ri Lanka, antiguamente Ceilán, queda lejos. En ese país insular del océano Índico, al sur de India, la crisis económica provocó una protesta sin precedentes desde la independencia en 1948, tras la retirada de los británicos del sur de Asia.
La invasión y el incendio de la residencia oficial, el palacio de Colombo, y la promesa de dimisión del presidente, Gotabaya Rajapaksa, prevista para el miércoles, puso fin a un clan que se alternó en el poder desde 2005 y contrajo enormes deudas con China a golpe de proyectos faraónicos de infraestructuras y sospechas de corrupción.
El presidente, desaparecido en acción, ocupa el cargo desde 2019. Su hermano, Mahinda Gotabaya, gobernó Sri Lanka de 2005 a 2015. Mahinda puso fin a los 37 años de guerrilla de los llamados Tigres tamiles. Su hermano, el actual presidente, estaba al mando de las fuerzas armadas y de la policía. Lo apodaban Terminator. Nombró primer ministro a Mahinda, pero tuvo que dimitir en mayo por enfrentamientos con los manifestantes que dejaron nueve muertos.
El turismo, vital para la economía, se vio doblegado por atentados jihadistas contra hoteles e iglesias en 2019. Murieron 279 personas. Entre ellas, 45 extranjeros. En 2020, la pandemia empeoró las cosas. Los 22 millones de habitantes de la isla hacen frente desde hace meses a la escasez de alimentos, medicinas, cortes de electricidad y falta de combustible a pesar de la ayuda de India. La inflación de junio trepó al 55%. Tres cuartas partes de la población no tiene alimento suficiente, según la ONU.
El Parlamento tendrá un mes para escoger al sucesor de Rajapaksa. En un país con un 70% de budistas, decenas de miles de personas marcharon detrás de monjes en las protestas.
A principios de este mes, Sri Lanka se convirtió en el primer país en restringir la venta de combustible a la ciudadanía desde la crisis del petróleo de los años setenta. Lejos, a veces, significa cercanía por problemas comunes.